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Essay / Borderlands

¿Por qué vuelan las golondrinas a la DMZ coreana?

Una antropóloga descubre vuelos hacia la diáspora —incluido el suyo propio— que parten y regresan a las aguas de la zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur.
De pie en un mirador junto a un muro de piedra, un pequeño grupo con un paraguas azul mira al otro lado de una gran extensión de agua, hacia la orilla opuesta.

Una familia que visita la isla de Ganghwa, al sur de la zona desmilitarizada coreana, mira a través de una cámara de vigilancia.

T. Yejoo Kim

A LAS POCAS HORAS de aterrizar en Corea del Sur procedente de Los Ángeles un caluroso día de julio de 2023, subí a un autobús con mi maleta y me dirigí a la Zona Desmilitarizada de Corea (DMZ). Junto a otros activistas por la paz y organizadores de cerca y de lejos, iba a un acto conmemorativo del 70 aniversario de la firma del armisticio entre Corea del Norte y Corea del Sur el 27 de julio de 1953 —día en que comenzó el alto el fuego más largo de la historia—.

Como era la persona más joven del grupo —y la que había viajado más lejos— muchos en el autobús me miraban con curiosidad mientras yo intentaba no ceder al cansancio del jet lag y la humedad del verano. Llegamos a una parada de descanso y una señora de unos 50 años me ofreció agua y su pañuelo de bolsillo para entablar conversación conmigo. Me preguntó de dónde venía y por qué había decidido participar en el evento.

Al principio le hice una modesta presentación, diciéndole que era una investigadora interesada en la zona desmilitarizada y en los movimientos antibelicistas de Corea. Como antropóloga, llevaba varios años realizando investigaciones y entrevistas en varios lugares y pueblos de la frontera.

Para conocer más sobre el trabajo de la autora, escuche el podcast de SAPIENS: “Ceasefire From the Earth and Sky.” (Alto al fuego de la tierra y el cielo)

Estaba impresionada, ya que la mayoría de las “personas jóvenes” no están interesadas en la DMZ, la paz o la unificación. Pero siguió insistiendo, intuyendo que había algo más en la historia: ¿por qué aquí y por qué ahora?

A lo que respondí: “Mi abuelo es de allí”, señalando los contornos de los asentamientos humanos en un extremo del estuario que se unen al borde suroccidental de la DMZ.

Ella me rodeó el hombro con sus brazos y dijo: “Mi padre también”. Me cogió suavemente de las manos y me presentó al grupo. “Es una sirhyangmin (실향민) de tercera generación. Ha cruzado el océano para unirse a nosotros. Es una jebi (제비)”.

El jebi, o golondrina común, ha cautivado durante mucho tiempo el imaginario cultural de los coreanos. Hoy muchos desplazados del Norte, llamados sirhyangmin, ven a los jebis con nostálgico afecto. Durante los años álgidos de la Guerra de Corea (1950-1953) y después, muchos sirhyangmin se reasentaron en las varias islas del estuario que forman el condado de Ganghwa, creando nuevas comunidades de norteños y sureños. Los habitantes de Ganghwa han construido nidos en las islas para estas aves, que pasan los meses invernales en climas meridionales del Pacífico, pero regresan al estuario cuando vuelve el calor. Para ellos, el jebi es a la vez un presagio de esperanza, una señal tranquilizadora de retorno y un símbolo de las libertades disponibles que, de otro modo, quedarían excluidas para los sirhyangmin.

una golondrina común se posa en un cable.

En Corea del Sur, una golondrina común se posa en un cable.

Seung-il Ryu/NurPhoto/Getty Images

Desde 1953, los 250 kilómetros de frontera artificial de la DMZ atraviesan el centro de la península coreana. La zona desmilitarizada creada hace más de siete décadas entre los dos estados en guerra suele parecer impenetrable y permanente. Sin embargo, la DMZ es más viva y fluida de lo que parece. De hecho, gran parte de la DMZ cruza agua —océanos, estuarios y ríos—. Una cuarta parte de esta frontera cae sobre el estuario del río Han (한강하구), una zona “neutral” según el Acuerdo de Armisticio de Corea que estableció la DMZ. Este estatus permite legalmente a los civiles hacer vida como antes de la guerra. Sin embargo, los puestos militares de guardia, la artillería apuntando y los soldados vigilando que delimitan el estuario indican una realidad que dista mucho de ser neutral.

En medio del calor de pleno verano, las aguas del estuario habían bajado y revelaban una escasa profundidad. La persona sentada a mi lado en el autobús me explicó que, en el pasado, antes de la división, cuando las aguas bajaban, la gente dejaba atrás sus barcos y cruzaba a pie el estuario para reunirse con su familia, sus socios y sus amantes. Durante siglos, el estuario fue la fuente de vida de la península. La riqueza mineral de la mezcla de agua dulce y salada del estuario permitió el florecimiento de la agricultura y la fauna de los alrededores. Hoy la muerte aguarda entre sus enjutos bordes, y solo se ven pájaros volando más allá del alambre de púas.

COMO EL JEBI, yo también he pasado la mayor parte de mi vida desarraigada en las orillas más cálidas del Pacífico —en California—. Y he venido, una y otra vez, a este estuario, solo para descubrir que mis relaciones aquí eran tan arraigadas como erráticas.

La primera vez que vi el estuario fue por accidente, durante un viaje familiar por carretera desde Seúl, un año antes del 70 aniversario del armisticio. Hasta entonces, estaba poco familiarizada con las provincias del norte. Había venido con mi tío, que tenía un conocimiento íntimo y vivido de este lugar. Mientras conducía, me miró con cara atónita y llena de lágrimas, pidiéndome que me apartara a un lado de la carretera. “¿Por qué me has traído a este lugar?”, me preguntó.

“¿Qué quieres decir? ¿Este lugar significa algo para ti?” respondí, confundida.

Exuberantes islas verdes y extensiones de tierra están rodeadas por una masa de agua.

El estuario del río Han —ahora bloqueado por el ejército— se reduce a solo unos metros de profundidad durante la marea baja. Antes de la Guerra de Corea, la gente podía cruzarlo a pie cuando había poca profundidad.

T. Yejoo Kim

Un grupo de personas se recorta en una gran ventana que da al agua y a un paisaje verde.

Los visitantes Sirhyangmin contemplan el estuario desde un mirador desde el que se ve Corea del Norte en un día despejado.

T. Yejoo Kim

Intenté arrancarle una explicación dentro del automóvil parado, insegura de si debíamos continuar o volver a Seúl. Finalmente me explicó lo difícil que le resultaba recordar lo cerca que estábamos de Hwanghae —la provincia que podíamos vislumbrar al otro lado de la frontera, de donde procedían mi abuelo y muchos residentes desplazados de las islas—.

Cuanto más nos acercábamos a la frontera, fuertemente militarizada, más lejana parecía la posibilidad de llegar alguna vez. La proximidad solo le había acercado a una realidad de división cimentada a la que prefería no enfrentarse. Sin embargo, como el instinto de búsqueda del jebi (귀소본능), un instinto similar en nuestro interior nos atrajo de vuelta al estuario.

Como coreana-estadounidense, hacía tiempo que me interesaba la guerra en curso que había desarraigado a mi familia. La guerra, que contó con el apoyo del ejército estadounidense en el sur, cobró la vida de hasta 3 millones de civiles y dejó a millones más desplazados. Investigar la DMZ como antropóloga ha sido una forma de asumir esta historia. Sin embargo, antes de venir a hacer mi trabajo de campo, había mantenido una distancia académica y me había ocupado del tema a través de investigaciones y estudios que hablan de los efectos persistentes de la división de Corea. Había aprendido que las comunidades de las orillas norte y sur del estuario estaban conectadas desde hacía mucho tiempo a través del parentesco y el comercio, pero la Guerra de Corea las convirtió en enemigas de la noche a la mañana. Incluso miembros de las mismas familias se enfrentaron entre sí, y muchos forjaron nuevas asociaciones con el norte comunista o el sur “libre”.

Sin embargo, este distanciamiento académico de la guerra empezó a derrumbarse cuando mi tío y yo volvimos inesperadamente como jebis aquel día. Y con cada vuelo de regreso, la distancia sigue cerrándose al encontrarme con más jebis de la misma ciudad natal ancestral.

UN ENCUENTRO DE ESTE TIPO me llevó hasta Kim Young-ae, una compañera golondrina que conocí en una manifestación prodemocrática en Seúl. Kim,que ahora tiene 70 años, es una sirhyangmin de segunda generación cuyos padres huyeron de la provincia de Hwanghae durante la guerra. Su familia se reasentó al otro lado de la frontera, en Ganghwa, donde creció y fue a la escuela. Vivió una larga e impresionante vida como académica, diplomática y organizadora comunitaria, tanto en Corea como en el extranjero, antes de jubilarse y regresar al estuario.

Una figura solitaria camina por un largo sendero de tierra bordeado por un muro bajo a la derecha y altas hierbas amarillentas a la izquierda. Más a la izquierda se encuentra una gran masa de agua.

La autora camina detrás de Kim Young-Ae, una compañera hermana del estuario del río Han. El agua del estuario (a la derecha) se capta en un embalse para la agricultura (a la izquierda).

T. Yejoo Kim

“Debió de ser el destino”, dijo Kim de nuestro encuentro. A la semana siguiente, me invitó a visitarla en Gyodong, la isla donde vive ahora en el condado de Ganghwa. Pasamos el día juntas, compartiendo las historias de nuestras vidas y cómo nos habíamos sentido atraídas por el estuario. En su despacho, Kim me enseñó un mapa de la península coreana, con la famosa forma de un conejo y la costa oriental como lomo del animal.

Kim señaló el estuario y preguntó: “¿Dónde estamos?”.

“¿En el vientre?”, respondí.

“Así es. Aquí es donde empieza la vida, en el vientre materno”, dijo.

Para Kim, la historia de Corea y sus relaciones con el mundo comienzan en el estuario. Durante siglos, la zona sirvió de entrada para el comercio internacional y estuvo fuertemente protegida contra potencias extranjeras por el ejército. Gran parte de la fortificación del estuario empezó a desmoronarse cuando se firmó el desigual Tratado de Ganghwa con Japón en 1876. Esto allanó el camino para que Corea fuera sometida a la violencia colonial; Japón convirtió a Corea en un protectorado en 1905 y anexionó el país totalmente en 1910. Tras la II Guerra Mundial, y con el fin del imperio japonés, la liberación coreana se vio rápidamente cercenada con el inicio del orden ascendente de la Guerra Fría, cuando la península quedó dividida a lo largo del paralelo 38 y ocupada por la fuerza por la Unión Soviética en el norte y Estados Unidos en el sur.

Una mano señala una gran masa de agua en un mapa con texto en coreano e inglés.

Kim Young-Ae señala el estuario del río Han en un mapa de Corea, a menudo descrito como el “vientre” de la península (chŏtchul; 젖줄). La palabra también puede traducirse como “línea de la vida”, como la línea de la vida entre madre e hijo, o en el sentido de un río que da vida.

T. Yejoo Kim

En Ganghwa, donde se reasentaron muchos norteños, entre ellos la familia de Kim, los años posteriores a la división estuvieron plagados de conflictos violentos, incluso entre los nuevos y los antiguos residentes. En el estuario se produjeron algunas de las masacres civiles y actos de violencia interna más sangrientos de la Guerra de Corea.

Aunque en la actualidad las islas siguen estando fuertemente militarizadas, los conflictos evolucionaron hacia una tranquila coexistencia cuando la Guerra Fría se descongeló en las últimas décadas del siglo XX. Hoy están escasamente pobladas, con una población envejecida que depende en gran medida de la agricultura.

Kim me preguntó: “¿Sabes cuál es la función de un estuario?”.

Como no era capaz de recordar lo que seguramente había aprendido en un curso de ciencias ambientales en la secundaria, respondí: “No, la verdad es que no”.

“Es donde el agua salada y el agua dulce se encuentran y purifican el agua para que pueda fluir como agua dulce hacia el país”, me explicó Kim. “¿No es extraordinario?”.

POR MUCHO QUE el estuario haya sido escenario de indecibles dolores coloniales y bélicos, también ha absorbido sangre y lágrimas para que la vida pudiera seguir.

Durante muchas décadas, las divisiones entre las comunidades parecían imposibles de superar. Las familias en duelo vivían junto a los perpetradores, y las víctimas supervivientes del norte fueron silenciadas durante mucho tiempo por el régimen anticomunista del sur. Sin embargo, a pesar de este dolor compartido, las comunidades de Ganghwa surgieron como ejemplos de cómo la gente del estuario, separada por la guerra, podía volver a unirse.

Junto a una valla de madera y un árbol, hay unos prismáticos fijados a un poste para que la gente pueda ver una gran extensión de agua.

En un día despejado, la provincia norcoreana de Hwanghae, hogar de muchos sirhyangmins, puede verse desde este mirador de la isla de Ganghwa.

T. Yejoo Kim

Esto es precisamente lo que Kim y quizás incluso los activistas de aquel caluroso día de verano intentaron inculcarme al nombrarme compañera jebi —que, después de tanto tiempo, aún podemos aprender a relacionarnos y convivir—.

Aunque nosotros, los sirhyangmin, seamos como el jebi, que vuelve para descansar y recordar con los demás, a diferencia del pájaro, no podemos cruzar el estuario. Quizá por eso se encuentran nidos para los pájaros por todas las islas. Aunque no podamos ir, los jebis pueden hacerlo en nuestro lugar, y reunirse con nuestros seres queridos.

Yejoo Kim es antropóloga sociocultural e investiga la economía política de la Zona Desmilitarizada de Corea (DMZ). Es candidata al doctorado en la Universidad de California en Los Ángeles. Su tesis se basa en la antropología de las fronteras y la economía, la diáspora y los estudios transpacíficos, y los marcos críticos de la discapacidad. La investigación de Kim ha sido financiada por el Programa Fulbright y la Fundación Coreana.

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