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Essay / Material World

El mito del oro “libre de riesgo”

Una antropóloga analiza cómo la historia colonial y las jerarquías raciales y de clase determinan quién puede desear y acumular oro en la actualidad.
Una mano enguantada en blanco sostiene un lingote de oro brillante delante de una caja ancha y estrecha que contiene varios lingotes más.

En abril de 2025, una mano enguantada depositó un lingote de oro en la caja fuerte de un comerciante de metales preciosos en Múnich, Alemania.

Sven Hoppe/Picture Alliance/Getty Images

EN JULIO DE 2018, mi prometido y yo viajamos a Marmato, un pueblo minero de Colombia, para fabricar nuestros anillos de boda. En una planta de procesamiento de oro, compramos un balde de concho, residuos de lodo que quedan de una de las docenas de minas de oro informales del pueblo. Tamizamos el pulverizado metal precioso con agua utilizando una batea (una bandeja de madera) y luego lo llevamos al taller de Javier (seudónimo), uno de los únicos joyeros de Marmato. Él nos enseñó a transformar el polvo gris y sin brillo en dos piezas de oro relucientes que simbolizaban nuestra unión y nuestro amor.

Por muy romántico que pueda parecer, el taller de joyería, al igual que las minas vecinas, se estaba desmoronando. Marmato, situado en la cima de una montaña llena de oro, parecía un lugar sacado de una novela distópica. Los trabajadores cansados que producían oro para la exportación masiva al extranjero se abrían paso entre montones de rocas, llamas abiertas y agua contaminada —evidencia del impacto ambiental de siglos de minería—. El taller donde Javier nos ayudó a crear nuestros anillos parecía totalmente fuera de lugar, en un pueblo donde la gente extrae oro solo para verlo salir de sus manos.

Para extraer oro legalmente en Colombia, los mineros artesanales necesitan un permiso expedido por la alcaldía. La mayoría de los mineros de Marmato no tienen ese permiso, y tampoco lo teníamos mi prometido y yo. Sin embargo, esa era una razón más por la que queríamos estar allí. En un lugar donde se extraía oro para otros —no para nosotros y, desde luego, no para los mineros— uno tenía que preguntarse: ¿adónde iba a parar todo ese oro?

Un edificio de ladrillo rojo se alza precariamente sobre otros niveles de plataformas y estructuras de cemento en la ladera de color tostado bordeada de árboles verdes.

Una planta de procesamiento de oro se alza en la ladera de una montaña en Marmato, Colombia.

Edinson Arroyo/Picture Alliance/Getty Images

Como antropóloga colombiana, siempre me ha intrigado la ambición humana que alimenta la fiebre del oro, que ha causado tanta destrucción en mi país. En los años previos a nuestro matrimonio, mi pareja, también antropólogo colombiano, y yo investigábamos el auge minero en Marmato, provocado por el aumento del precio del oro tras la crisis financiera de 2008. Sin embargo, pronto me di cuenta de que, si quería comprender el oro y sus repercusiones, debía centrar mi atención en aquellos que, fuera de Marmato, demandaban toneladas de este metal, lo que provocaba que su precio subiera cada vez más. Eso me llevó a investigar la cadena de valor del oro y el funcionamiento del mercado financiero mundial del oro.

En los mercados financieros, el oro es valioso por ser un “activo refugio. Los gestores de fondos de pensiones, fondos de inversión y bancos comerciales y centrales elogian los lingotes de oro como un activo “libre de riesgo” para cubrir el riesgo de sus carteras de inversión y preservar la riqueza en tiempos de crisis económica. Pero el oro no está libre de riesgos; de hecho, crea riesgos para los trabajadores racializados y las comunidades en general que se ven sometidas a la intensa extracción de recursos necesaria para sostener el mercado del oro.

En otras palabras, el mito del oro como “libre de riesgo” solo tiene sentido dentro de las jerarquías raciales, de clase y geográficas que celebran el deseo de los ricos de acumular oro mientras condenan el deseo de los mineros de extraerlo.

EL AUGE DEL ORO “RESPONSABLE” Y EL ORO “SUCIO”

Hay varios elementos que contribuyen a mantener el mito del oro como activo financiero libre de riesgo —entre ellos el hecho de que cumpla con ciertas normas y certificaciones globales—. Para que un lingote de oro pueda negociarse en el mercado financiero mundial del oro, debe ser producido por una refinería que figure en la Good Delivery List (GDL). Las 66 refinerías que figuran en la lista están certificadas por la London Bullion Market Association (LBMA), la autoridad mundial del mercado del oro. Suiza domina el mercado de refinación de oro, procesando alrededor de dos tercios del suministro mundial cada año.

Hasta hace relativamente poco, las refinerías se preocupaban principalmente por garantizar la pureza física de los lingotes de oro. Pero esto comenzó a cambiar alrededor de 2010, cuando organizaciones no gubernamentales, grupos activistas e investigaciones periodísticas revelaron que la industria del oro estabaalimentando conflictos armados y generando devastación medioambiental. En consecuencia, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos elaboró una guía para fomentar el abastecimiento responsable en “zonas afectadas por conflictos y de alto riesgo”.

En respuesta a estos escándalos, en 2012, la LBMA publicó un conjunto de directrices obligatorias sobre “el oro responsable”. Las refinerías de GDL que comercian en el mercado global deben ahora llevar a cabo un proceso de debida diligencia para identificar a sus proveedores en los países productores de oro y los riesgos asociados a la cadena de suministro, como la financiación de conflictos o la violación de derechos humanos. El oro que refinan debe transformarse en lingotes estandarizados de 400 onzas que, supuestamente, cumplen los requisitos físicos y éticos de la LBMA, la Unión Europea y Estados Unidos, los reguladores y los inversores responsables. En 2016, Ruth Crowell, directora ejecutiva de la LBMA, resumió este cambio de perspectiva: “No solo [el oro] tiene que ser oro, sino que también tiene que ser responsable”.

El mercado del oro ha creado la realidad que ahora considera sucia.

La idea del abastecimiento responsable prometía reducir los impactos negativos del comercio del oro en las regiones mineras. Sin embargo, en la práctica, las normas del sector trasladaron la responsabilidad a las comunidades locales, calificándolas de “factores de riesgo” para la cadena de suministro y etiquetando informalmente el oro no rastreable como fuente de “contaminación”. En consecuencia, todo el oro procedente de la minería artesanal y de pequeña escala (MAPE) se clasificó inicialmente como “de alto riesgo”, lo que llevó a su estigmatización como “oro sucio” por parte de la prensa internacional y grupos activistas.

Recientemente, los líderes de la industria del oro se han dado cuenta de que podría ser beneficioso colaborar de forma limitada con el sector de la minería artesanal y de pequeña escala, en lugar de excluirlo por completo. Algunas organizaciones están tratando ahora de abordar las disparidades en la cadena de valor del oro mediante la creación de nuevas normas éticas que incluyen a los mineros a pequeña escala, como el Fairmined Standard. Sin embargo, algunas personas se muestran escépticas ante estos esfuerzos. Alguna vez, una persona que entrevisté me dijo que estas iniciativas solo atraen al mercado a “la crème de la crème” de los productores de oro de la MAPE, reconociendo que estas estrategias dejan por fuera a muchas comunidades con pocos recursos.

RAZA, COLONIALISMO Y ORO

Las iniciativas de abastecimiento responsable de oro tienen como objetivo “limpiar” la reputación de la industria. Pero han terminado marginando aún más a regiones enteras de la MAPE  que, según se dice tienen, “una gobernanza débil o inexistente”, “violencia generalizada” o “inseguridad”. Mientras tanto, las grandes empresas multinacionales, los inversores y los bancos siguen siendo los que más se benefician del valor purificado del oro.

A partir de mi investigación en profundidad a lo largo de la cadena de valor mundial del oro, he llegado a considerar que esta forma de pensar sobre el oro como “responsable” o “sucio” es el producto de una jerarquía racializada con una larga historia.

En Sudamérica, las comunidades indígenas amerindias comenzaron a extraer oro en la época precolonial, hace unos 4.000 años. A menudo utilizaban el metal precioso en rituales como ofrendas poderosas a sus deidades para mantener el equilibrio del mundo y fabricaban adornos personales estandarizados, como anillos para la nariz, pendientes y pectorales, en talleres artesanales especializados en orfebrería.

Las luces y los rostros se reflejan en una vitrina de cristal que contiene una estatuilla de oro.

Escolares contemplan piezas de oro precoloniales expuestas en el Museo del Oro de Bogotá, Colombia.

Eitan Abramovich/AFP/Getty Images

Sin embargo, durante la conquista europea de América a partir del siglo XV, el oro se convirtió en un símbolo visible de la ambición individual. Los colonizadores construyeron toda una industria minera sustentada en la explotación de los indígenas y los esclavos africanos.

Como ha argumentado el arqueólogo Carl Langebaek, no fue el oro lo que corrompió a las personas, sino los colonizadores quienes corrompieron el oro cuando comenzaron a utilizarlo para la acumulación de capital. Esta forma limitada de ver el oro como un mero activo económico y de determinar quién podía desearlo y quién no, dependía de jerarquías racistas y coloniales que devaluaban a determinadas comunidades y lugares.

Estas dinámicas siguen configurando la industria del oro en la actualidad. La mayoría de los mineros de Marmato son descendientes de comunidades indígenas y africanos esclavizados vinculados a contratos mineros de la época colonial. Muchos de ellos son pequeños emprendedores o migrantes de otras regiones de Colombia o de países vecinos que dependen del oro para su sustento.

PROFUNDIZANDO LAS DESIGUALDADES

Los esfuerzos de la industria del oro y los gobiernos por mantener el estatus del metal como un activo “sin riesgo” solo han agravado los peligros a los que se enfrentan quienes arriesgan sus vidas para extraerlo.

Al ser un metal blando e indestructible, el oro puede fundirse y mezclarse infinitamente sin perder su valor. En pueblos mineros como Marmato, los límites entre las formas informales, ilegales y legales de extraer y vender oro suelen ser difusos, lo que hace que la trazabilidad (determinar el origen exacto de cantidades específicas de oro) sea casi una tarea utópica.

El antropólogo James H. Smith , en su etnografía sobre la minería en el este de la República Democrática del Congo, compara la trazabilidad con “una iglesia” que ejerce autoridad moral “excluyendo a aquellos considerados impuros”. En otras palabras, el oro solo puede “purificarse” de la compleja realidad social de su extracción excluyendo sistemáticamente a las personas y los lugares que no encajan en la historia que la industria del oro cuenta sobre sí misma como moralmente buena.

Para saber más sobre el trabajo de la autora, escuche el podcast de SAPIENS: “The Purification of Gold—and the Racialization of Miners(La purificación del oro —y la racialización de los mineros—).

A excepción de las pocas piezas de joyería que Javier elabora en su taller, la mayor parte del oro extraído en Marmato se traslada de manera clandestina a grandes ciudades como Cali o Medellín, donde se mezcla con oro de otras regiones de Colombia para formar pequeños lingotes. Antes de la implementación de las normas de abastecimiento responsable, estos lingotes se exportaban principalmente a refinerías de GDL en Suiza y Estados Unidos. Pero ahora el oro MAPE legítimo (a menudo mezclado en el mismo lingote con oro extraído por grupos criminales) está tomando un “desvío” hacia refinerías no pertenecientes a GDL en los Emiratos Árabes Unidos.

Una vez allí, se procesa y se transforma en “oro reciclado” y se envía a las refinerías GDL, que lo venden a bancos y marcas de lujo en el Norte Global. A través de este proceso indirecto, el oro potencialmente “sucio” se transforma en un activo financiero “puro” que satisface los deseos de los inversores de un metal estable, sólido y seguro.

Las políticas y las iniciativas desarrolladas para controlar la extracción desaforada de oro tienden a centrarse exclusivamente en controlar a los mineros, que suelen proceder de las zonas más pobres del mundo. Muchos participantes de la industria del oro con los que me reuní durante mi investigación argumentaron que estas iniciativas podrían ser herramientas eficaces de desarrollo económico para las comunidades mineras. Pero estos argumentos solían ser paternalistas —basados en la suposición de que los mineros eran inherentemente irresponsables y necesitaban “apoyo” para participar en la economía global—. Durante mi investigación, observé cómo estas ideas paternalistas se veían frecuentemente reforzadas por imágenes visuales en informes de la industria y materiales de relaciones públicas que mostraban a mineros de piel oscura con las manos y la ropa sucias, y a financieros —en su mayoría de piel clara— con ropa limpia y en entornos limpios.

En última instancia, las desigualdades son sistémicas, no culpa de los mineros. Si los inversores y consumidores ricos siguen demandando toneladas de oro, se seguirá extrayendo oro por toneladas, con consecuencias devastadoras para las comunidades locales.

REBATIENDO LA PURIFICACIÓN (MORAL) DEL ORO

Cuando mi esposo y yo hicimos nuestros anillos, no se nos permitía legalmente extraer el oro que utilizamos ni comprarlo directamente a los mineros de Marmato. En cambio, para ser consumidores “éticos”, se suponía que debíamos comprar los anillos en una joyería donde el oro procedía de una refinería certificada por la GDL que muy bien podría haberlo obtenido como “reciclado” de una refinería de los Emiratos Árabes Unidos.

Siete años después, el precio mundial del oro casi se ha triplicado. En septiembre de 2025, alcanzó un máximo histórico de 3.526 dólares estadounidenses por onza, frente a los 1.200 dólares de 2018. La fiebre del oro se ha convertido ahora en la realidad de base.

Dos personas con cascos amarillos con lámparas sonríen, abrazadas, a la entrada de la mina, enmarcada por piedras y madera.

La autora y su entonces prometido en la entrada de una mina de oro en Marmato, Colombia.

Cortesía de la autora.

Si Marmato era un lugar tan distópico en 2018, imagínese cómo es la situación actual en los yacimientos de oro más grandes del mundo, por no hablar de la devastación que sufren regiones críticas desde el punto de vista medioambiental, como la selva amazónica. Para satisfacer la demanda mundial de lingotes, he visto cómo los mineros artesanales y a pequeña escala han abandonado los métodos tradicionales de extracción, como el uso de bateas y plantas ancestrales para separar el oro de otros metales, y han pasado a utilizar dragas, retroexcavadoras y productos químicos tóxicos como el mercurio o el cianuro. La minería de oro provoca la deforestación, transforma los bosques en estanques contaminados y contamina los ríos con mercurio. Una vez liberado en el medio ambiente, el mercurio puede causar graves daños neurológicos tanto a los seres humanos como a la fauna silvestre.

En otras palabras, el mercado del oro ha creado la realidad que ahora considera sucia.

Una forma de contrarrestar y cambiar estos sistemas que legitiman una demanda desenfrenada de oro y devalúan a las comunidades mineras y el medio ambiente es cuestionar la concepción dominante del oro como un activo financiero. Esa forma de pensar no solo perpetúa las ideas coloniales sobre quién puede desear el oro y quién no, sino que limita las formas diversas y creativas en que las sociedades humanas se han relacionado desde hace mucho tiempo con este metal precioso.

Hoy, cuando miro mi anillo de bodas forjado ilícitamente en Marmato, me niego a verlo como un “activo”. En cambio, me recuerda que las conexiones humanas con el oro existían mucho antes de que fueran usurpadas por el mercado financiero global, y que persisten hoy en día en lugares como el taller de Javier.

Giselle Figueroa de la Ossa es una antropóloga colombiana y candidata al doctorado en antropología en la London School of Economics. Su investigación explora el trabajo, la ética y los afectos que hacen del oro una sustancia valiosa y demandada por toneladas. Su investigación se basa en una etnografía multisituada entre burócratas, tecnócratas y empresarios que trabajan en un proyecto de trazabilidad del oro en Colombia, y financieros que trabajan en políticas de abastecimiento responsable de oro en Londres, Suiza y París. Es la directora fundadora del Laboratorio de Antropología Abierta, una organización colombiana que, desde 2018, produce contenidos audiovisuales para públicos no académicos con el fin de aumentar el impacto de la investigación académica.

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