Essay / Crossroads

Dos veces víctimas: mujeres negras agredidas no se les reconoce como víctimas

En Perú, los estereotipos diseminados sobre las mujeres afroperuanas como agresivas e hipersexuales deja a muchas de ellas sin capacidad—o sin deseo—de buscar ayuda cuando sufren abusos.

Mujeres activistas, incluida la autora (derecha), marchan en contra de la violencia de género y feminicidios en Lima, Perú, en noviembre de 2016.

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Clara colgó la llamada y guardó el celular entre sus manos oscuras mientras sonreía tímidamente y contaba los sucesos que habían motivado su visita al Centro Emergencia Mujer (CEM). [1] Los nombres con asteriscos han sido cambiados para proteger la privacidad de la persona. Su enamorado, César, era un hombre violento, dijo. En sus ataques de ira, la golpeaba y asfixiaba, pero no fue hasta que disparó un arma en su sala, haciendo que las balas atravesaran la ventana, que ella decidió denunciarlo. Las balas rozaron a su hijo, un niño pequeño.

A lo largo de mi investigación antropológica en Perú, escuché varios relatos de violencia en contra de mujeres afrodescendientes quienes se auto-identifican como negras. (Cabe decir que hay personas afroperuanas que también son blancas o mestizas y por ende no sufren de ese tipo de discriminación). La mayoría de estos casos fueron relatados entre susurros, mencionados como experiencias de mujeres conocidas, amistades o familiares distantes, o mencionado en términos generales. Los casos de violencia contra mujeres negras no suelen aparecer en los programas de la radio ni de la televisión; tampoco en los debates públicos sobre las alarmantes tasas de violencia contra la mujer en Perú. Viejos y arraigados estereotipos describen a estas mujeres como violentas e hipersexuales lo cual genera un impacto significativo: mientras que mujeres de otras ascendencias son más aceptadas como víctimas, las mujeres negras son frecuentemente retratadas como agresoras.

Actualmente, existen muchos movimientos sociales que abogan por atención al desenfrenado abuso y asesinato de mujeres, y alientan a las mujeres sobrevivientes de abusos a que denuncien la violencia, tales como el movimiento #MeToo (#YoTambién) iniciado en EE. UU., y #NiUnaMenos, en América Latina. Sin embargo, las profundas desigualdades sociales continúan determinando cuáles historias son difundidas y cuáles mujeres son percibidas como las que requieren ayuda.

Entre los años 2013 y 2016, entrevisté y observé a mujeres afroperuanas que habían denunciado casos de violencia de su pareja íntima (VPI) en varios CEM de Lima Metropolitana y la provincia constitucional del Callao. La violencia de pareja íntima (VPI) se define como toda violencia sexual, psicológica, física y/o económica ejercida por una actual o previa pareja romántica. También conversé con funcionarios de estos centros, con mujeres activistas afroperuanas y representantes del Estado. Sus perspectivas, experiencias y testimonios revelan la realidad del abuso contra la mujer negra, y la lucha de estas mujeres para que sus historias sean escuchadas y reconocidas por una sociedad que sostiene que ellas son demasiado fuertes y sexualmente disponibles para ser violentadas.

América Latina y el Caribe cuentan con la segunda incidencia más alta de VPI a nivel mundial. Según los resultados de la Encuesta Demográfica de Salud Familiar (ENDES), en Perú, en 2017, un 65 por ciento de mujeres con pareja dijeron haber sido abusadas de forma sexual, piscológica y/o física.

Históricamente, en Perú la violencia de la pareja íntima es vista como algo normal dentro de las relaciones amorosas. Se asume como una forma natural y apropiada a través de la cual el hombre corrige a la mujer. En última instancia, es vista como un asunto privado de la pareja en cuestión. Por ende, las mujeres siempre han sido desalentadas a denunciar este tipo de violencia.

Esto está empezando a cambiar. En las últimas décadas ha habido una creciente demanda por reformas jurídicas y policiales, instituciones altamente criticadas por culpar a las mujeres que deciden denunciar sus experiencias. Organizaciones de la sociedad civil han venido apoyando a mujeres, adolescentes y niñas abusadas, poniendo sus casos ante el ojo público y presionando al Estado a tomar rápidas y eficaces medidas. La indignación pública se incrementó tras las sentencias, hace tres años, de dos hombres acusados de violencia de pareja. Uno de ellos fue Adriano Pozo Arias, quien fue grabado en video agrediendo a su novia Arlette Contreras y fue sentenciado a un año de prisión suspendida. El otro fue Ronny García, un conocido cantante, que solo cumplió una sentencia de 15 meses en prisión y fue sentenciado otros cuatro años de prisión suspendida, después de ser encontrado culpable de violencia doméstica grave contra su exnovia Lady Guillén.

Mujeres afroperuanas denuncian la violencia hacia mujeres negras usando camisetas con el mensaje “Las Vidas de las Mujeres Negras Importan”, durante la marcha del Día Internacional de la Mujer de 2019, en Lima.

Estos y otros casos fueron ampliamente publicitados e impulsaron la marcha #NiUnaMenosPerú que se llevó a cabo en 2016. La marcha fue la concentración más grande en la historia del país. Hoy en día los medios de comunicación prestan más atención al tema de la violencia de género; incluso existen programas televisivos dedicados solo a hablarle a las mujeres y, en algunos casos, confrontar a sus agresores.

No obstante, durante mi investigación noté escasas menciones a las diferencias raciales o étnicas en estas discusiones—una observación compartida por muchas de las participantes de mi estudio—. A pesar de que el concepto de raza no tiene ninguna validez biológica, aún tiene relevancia social y política como un mecanismo controlador proveniente de la colonización europea. En Perú, la raza se convirtió en una forma de agrupar y jerarquizar seres humanos de acuerdo a características físicas específicas. Como un concepto social, la raza todavía mantiene desigualdades en acceso a la educación, salud, participación política y calidad de vida. Varios medios de comunicación peruanos ignoran en su cobertura cómo las experiencias de violencia contra la mujer y el acceso a la justicia varían de acuerdo a marcadores sociales tales como clase, ubicación geográfica, cultura o raza. En cambio, las mujeres peruanas son presentadas como un grupo monolítico, donde la mujer mestiza—es decir, mujeres de ascendencia indígena y europea—es vista como la mujer “común y corriente” y, por tanto, racialmente “neutral”.

Afroperuano” es una categoría de identidad que hace referencia a personas quienes se auto-identifican o son identificadas como “negras” o de ascendencia africana. El término abarca a un diverso grupo de individuos y comunidades que se pueden nombrar como afroperuanos por diferentes motivos. En muchos casos el término es sinónimo de “negro” y, al nivel social, los miembros de este grupo suelen ser identificados por características físicas que incluyen narices anchas, piel de tonos oscuros, cabellos apretados o enrulados y labios gruesos. No obstante, debido a los altos niveles de matrimonios y mezclas interraciales, muchos individuos afrodescendientes no cuentan con dichos rasgos. Algunos se auto-identifican como afroperuanos a pesar de no ser físicamente negros. Esto se debe a su identificación con su culturas e identidad colectivas, las cuales han sido profundamente impactadas por la influencia africana.

Las personas que pertenecen a este grupo utilizan una variedad de términos para describirse; algunos se dicen “afroperuano” o “afrodescendiente”, mientras que otros prefieren palabras tales como “zambo/a”, y “moreno/a”. Otros usan una combinación de términos, incluyendo “afrodescendiente” y “negro”. En este contexto, mujeres afroperuanas que son identificadas como negras suelen ser excluidas de las conversaciones sobre la violencia doméstica.

La danza afroperuana, entre otras artes, ha moldeado la expresión cultural peruana.

Los afrodescendientes en Perú han contribuido de manera significativa a la formación de la sociedad peruana. Debido a la generalizada esclavitud urbana durante la época colonial, Lima fue considerada una “ciudad negra” por la gran cantidad de africanos y de sus descendientes que vivían ahí, tanto como personas esclavizadas o libres. Como resultado, los afrodescendientes influyeron en muchas facetas de la sociedad peruana, tales como la cultura, la política, la economía, el proceso de la independencia y la creación de la nación peruana. El baile nacional, la marinera, no existiría si no fuese por el aporte de varios estilos de danzas africanas. Asimismo, el castellano peruano ha recibido influencia lingüística de numerosos idiomas africanos. Por ejemplo, la palabra “cachivache(s)”, que significa trastos u objetos de poco valor.

Sin embargo, el impacto de los afrodescendientes ha sido ampliamente borrado del discurso público y del registro histórico debido al racismo sistemático y cultural que permanece el país. Dicha población no encaja en la imagen de Perú como la tierra de Machu Picchu, el corazón del Imperio incaico, o parte de una cultura indígena andina que los turistas esperan ver. Aunque el gobierno ha avanzado en el reconocimiento del legado de los descendientes africanos en Perú, al nivel social, aún persiste una falta de conocimiento acerca de esta población en la sociedad civil.

Persisten dos estereotipos sobre la mujer negra que obstaculizan el reconocimiento de la victimización de algunas de ellas: su percibido carácter agresivo y su promiscuidad. Estos mitos provienen de la época de la esclavitud, cuando justificaban su condición de propiedad. Por ser caracterizadas como agresivas, se justificaba que poseer, abusar y torturar a estas mujeres era apropiado, y hasta necesario, para controlarlas. Como se decía que tenían un inmenso apetito sexual, se veía como aceptable que sus amos las poseyesen en cualquier momento que ellos lo desearan. Hoy en día estos estereotipos persisten—incluso en EE. UU., donde se ha moldeado la opinión pública a pensar que las jóvenes negras necesitan menos afecto y tienen mayor conocimiento sobre las actividades sexuales que las jóvenes blancas.

Para estas activistas, la agresión que ellas enfrentan tiene tanto que ver con el color de su piel, como con su género.

Incluso los envoltorios de alimentos, las caricaturas y los programas de televisión reflejan estos estereotipos. Las mujeres negras aparecen con cuerpos escandalosamente curvilíneos, casi siempre vestidos en ropa reveladora y en posiciones provocativas. Sibarita, una marca de condimentos presente en cualquier hogar peruano, lleva en sus paquetes de pimienta negra la imagen de una mujer joven negra, con cuerpo curvilíneo y que lleva puesta una minifalda. En otros contextos, las mujeres negras son caracterizadas como rabiosas, gritonas y que siempre pelean.

Activistas afroperuanas trabajan incansablemente para cambiar la opinión pública y lograr cambios legales para proteger a las mujeres. Su clamor a un alto a la violencia contra las mujeres incluye un llamado a prestar atención a cómo otros aspectos de su identidad, como la cultura y su apariencia física, pueden jugar un papel en el acoso que ellas reciben. Para estas activistas, la agresión que ellas enfrentan tiene tanto que ver con el color de su piel, como con su género.

Sofía Arizaga, una activista veterana, me contó que suele caminar por las calles con sus auriculares puestos para no escuchar los comentarios susurrados y gritados por hombres. Le dicen “negra” o “morena”, de manera sexualmente sugestiva, y hasta en un momento se le acercó un hombre para preguntarle “¿cuánto cuesta?”, asumiendo que era una trabajadora sexual y queriendo averiguar los precios de servicios. He escuchado innumerables versiones de esta historia de las mujeres con las que he conversado, y también he experimentado incidentes similares, como una mujer negra caminando por las calles de Lima. El acoso basado en el género y la identidad racial son cosas de todos los días, aunque resultan invisibles para quienes no lo experimentan de primera mano.

Las mujeres con las que he conversado también expresan mucha frustración al ver como sus acciones son interpretadas según los estereotipos. Verónica, una mujer joven que denunció a su novio por haberla golpeado, me comentó que incluso su madre, que es blanca, siempre la regañaba por ser agresiva y ruidosa. Incluso, me contó, debía cuidarse de no emocionarse mucho en presencia de su mamá, que en algunos casos se tapaba los oídos y le decía “que no gritara como una negra”.

En 2015, el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables de Perú empezó a recabar datos sobre la etnia de las mujeres que denuncian violencia. Aunque la raza sigue siendo un concepto con mucha relevancia para comprender la desigualdad social, el gobierno se ha alejado de las discusiones sobre raza y se ha enfocado en la etnicidad. Si bien es complejo separar el concepto de etnia de raza, la etnia se refiere en modo general a diferencias culturales tales como lenguaje, vestimenta y costumbres frecuentemente asociadas con regiones geográficas. Por lo tanto, Clara y alrededor de dos docenas más de mujeres y niñas han sido oficialmente reconocidas como afroperuanas que han sido abusadas (yo pude entrevistar a la mitad de ellas durante mi investigación). La mayoría de los datos gubernamentales no son públicos y es probable que los resultados subestiman la verdadera cantidad de mujeres negras que sufren VPI. Más allá de los complejos problemas asociados con el reconocimiento oficial de raza y etnia, existen barreras adicionales para que las mujeres de ascendencia africana decidan denunciar incidentes de violencia de su pareja contra ellas.

En este CEM en Callao, Perú, la autora entrevistó a mujeres afroperuanas que habían experimentado violencia de pareja.

Estas mujeres se encuentran en una situación compleja: el estereotipo prevalente que sugiere que la agresión y la sexualidad forman la base—o componen la totalidad—de su identidad hace que sea muy difícil que la sociedad las perciba como víctimas de la violencia. Rocío Muñoz, una activista feminista afroperuana, me habló sobre el riesgo social adicional al que se exponen las mujeres negras que deciden alzar la voz. Como la violencia doméstica no es algo que les debe ocurrir a ellas, estas mujeres se enfrentan a una crisis de identidad. Como dice Muñoz, ellas se preguntan ‘¿cómo puedo ser una mujer negra si me golpean?’, entonces, cuando les ocurre, se lo callan.

Integrantes de Presencia y Palabra, un colectivo afrodescendiente feminista, expresaron lo difícil que es hablar sobre agresiones sexuales como mujeres negras en una sociedad convencida de que son sexualmente insaciables. Si en el pasado cualquiera podía tener acceso a los cuerpos de estas mujeres porque eran percibidos como propiedad pública, entonces, ¿cómo las mujeres que han experimentado la violencia pueden hablar sobre acoso sexual y violaciones ahora? Esta interrogante se dirige a la raíz del tema de la autonomía corporal; si los cuerpos de estas mujeres les pertenecen a quienes los deseen, entonces las mujeres no tienen la autoridad de otorgar ni retirar su consentimiento. Según esta lógica, si toda atención es bienvenida, entonces es imposible violar a la mujer negra.

Estas fuerzas sociales esconden las realidades de mujeres afrodescendientes que son negras y experimentan VPI, una violencia que a veces es tan severa que han tenido que denunciar casos de tentativa de feminicidio, el asesinato de mujeres por su condición de mujer. Dos de las participantes de mi estudio fueron apuñaladas por sus parejas y asfixiadas hasta quedarse inconscientes. Otra tuvo que ser hospitalizada y someterse a varias cirugías para curar lesiones internas graves.

Los esfuerzos dedicados a entender las experiencias únicas de las mujeres afroperuanas con la violencia, para protegerlas y para generar nuevas políticas públicas que puedan frenar esta violencia en el futuro, deben de considerar el impacto y el contexto histórico de raza y género. Si no se toma en cuenta cómo estos ejes impactan en las experiencias de las mujeres negras, muchas de las historias de las mujeres afrodescendientes desaparecen dentro de una monolítica “experiencia de la mujer” que sigue promoviendo ciclos racistas y sexistas que silencian el dolor. Esto debe cambiar, la justicia para mujeres como Clara depende de ello.

Eshe Lewis

Eshe Lewis holds a Ph.D. in cultural anthropology from the University of Florida. She has worked extensively with Afro-descendants in Peru on women’s rights, gender violence, social movements, Black feminism, and identity politics. Lewis was the public anthropology fellow at SAPIENS magazine from 2020 to 2022 and is currently the project director for the SAPIENS public scholars training fellowship program.

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