Essay / Crossroads

Agricultores Estadounidenses “Made in Brazil”

Un pequeño grupo de agricultores del Medio Oeste de Estados Unidos se ha trasladado a Brasil para continuar con su tradición agrícola, pero lo que han encontrado allí está muy lejos de la tradicional granja familiar estadounidense.

Brasil es el segundo mayor productor de soya a nivel mundial.

En las afueras de la ciudad de Luís Eduardo Magalhães, la capital brasileña de los agronegocios, ubicada en la parte occidental del estado de Bahía, David (un seudónimo) revisó sus dos listas de verificación previas al vuelo. Esa mañana, íbamos de camino hacia su hacienda, ubicada sobre un acantilado que trae lluvias regulares a la región. Nuestro vuelo de 30 minutos en su pequeña avioneta esquivó el agitado tráfico de las calles debajo nuestro: una carretera de dos carriles donde camiones veloces transportaban semillas de algodón, soya e implementos agrícolas.

David voló sobre campos verdes circulares de cultivos irrigados, ríos serpenteantes bordeados por sabanas sin cultivar y enormes campos de soya rectangulares. Sobre su propia finca, observamos un familiar tractor John Deere, construido por una empresa con sede en Illinois, conducido por un texano, propiedad de un hombre de Illinois, que se movía por su campo brasileño.

David es uno de las docenas de agricultores estadounidenses que compraron grandes extensiones de tierras agrícolas en Brasil para producir soya. La mayoría de estos agricultores provienen de familias de agricultores, pero, por una razón u otra, no tenían el dinero ni los recursos para continuar con su tradición familiar en EE. UU. A medida que la crisis de la deuda agrícola devastó a los agricultores en la década de los años 80, los valores de las tierras agrícolas aumentaron y los márgenes de beneficio se redujeron a fines de la década de los años 90, muchos desistieron de empezar sus fincas o comprar tierras agrícolas en EE. UU. Brasil hizo sus señas, con su tierra y mano de obra baratas, un gobierno favorable a los agronegocios y un clima de crecimiento aparentemente ideal.

A lo largo de 13 meses, entre 2012 a 2014, trabajé con muchos de estos agricultores estadounidenses en Brasil y sus familias en el medio oeste de EE. UU. para comprender por qué y cómo fue que llegó a darse su emigración. Mi disertación antropológica se centró en preguntas en torno a la tierra, el trabajo y el valor, pero también me motivó la curiosidad banal. ¿Estos agricultores reprodujeron el libreto de la granja de Iowa, con silos de granos, un gran establo rojo, una casa de campo y niños jugando en el patio? ¿Replicaron las comunidades agrícolas del medio oeste estadounidense al construir iglesias, cooperativas de agricultores y otros lugares de reunión? ¿Continuaron con los ideales y valores del Medio Oeste estadounidense de ver a la agricultura no solo como un negocio, sino como una forma de vida orientada a la familia y centrada en la comunidad?

David y su padre inspeccionan un campo de algodón en sus terrenos brasileños.

La respuesta fue en gran medida no. En los campos de cultivo del oeste de Bahía, no vi silos de grano, establos rojos o casas de campo; la comunidad estaba dispersa y no se reunía. En Brasil, estos granjeros de EE. UU. se convirtieron en gerentes que realizan más trabajo en la oficina que en un tractor: al igual que David, solo ocasionalmente pasaban a visitar sus tierras de cultivo distantes y masivas. En Brasil, aprendieron a definir la tierra como un activo financiero con valor productivo y especulativo, pero con poco valor social; redefinieron al buen agricultor como un buen empresario.

La historia de David comienza en una granja familiar en Illinois: una operación mixta de ganado y cultivos manejada por tres generaciones de agricultores. A pesar de las intenciones de su familia de mantener a la familia involucrada, David no sintió que podía convertirse en el agricultor independiente que él quería ser. Al igual que muchos agricultores que recién comienzan, no podía asumir los costos de comprar tierras de cultivo y maquinaria para comenzar su propia operación. Las publicaciones especializadas y las revistas de noticias agrícolas presentaban una alternativa atractiva: el Cerrado brasileño, un ecosistema de sabana tropical que es aproximadamente del tamaño de México.

David recorrió las tierras rurales de Brasil con su padre, y en 2001 su familia invirtió en 4,400 acres de tierras de cultivo en el corazón del Cerrado. El gran tamaño de la compra de David lo ubicaría fácilmente en el 2 por ciento de los terrenos de cultivos más grandes por superficie en Estados Unidos. En 2012, creció a 30,000 acres.

La mayoría de los agricultores con los que hablé tenían una historia similar, aunque muchos de ellos acudieron a vecinos y amigos, en lugar de a familiares, como inversionistas.

Enormes franjas del Cerrado se han convertido en campos de agricultura intensiva en las últimas décadas (a expensas de los grupos indígenas y la biodiversidad local). La mayoría de los agricultores estadounidenses, como David, han optado por comprar tierras en la parte occidental del estado de Bahía, en el lado este del Cerrado, en parte debido a la trayectoria comprobada del área en cuanto a rendimiento agrícola, y en parte porque aquí es donde los norteamericanos se han forjado conexiones. Situada en la frontera de la producción de soya, la tierra también tiene un valor especulativo para los agricultores que desean vender y regresar a Estados Unidos. Casi todos han adoptado el llamado “modelo Brasil” de cultivo de soya: contratando trabajadores agrícolas y empleando tecnologías de vanguardia para cultivar parcelas gigantescas de forma remota. Estos agricultores se ven a sí mismos más como administradores del trabajo que como administradores de la tierra.

Solo una pequeña fracción de los propietarios de campos de cultivo en Brasil son de Estados Unidos; encontré unos 30 propietarios de fincas estadounidenses en el oeste de Bahía, que alberga a más de mil agricultores de gran escala. Aparte de su nacionalidad, estos estadounidenses no resultan inusuales. Muchos otros propietarios de terrenos agrícolas en el Cerrado no son locales: provienen de Holanda, Bélgica, Nueva Zelanda y el sur de Brasil. (Muchos de los agricultores del sur de Brasil son de ascendencia japonesa). La mayoría son fácilmente aceptados en la comunidad empresarial local.

No vi silos de grano, establos rojos o casas de campo; la comunidad estaba dispersa y no se reunía.

Cuando le pregunté a los agricultores estadounidenses sobre los principales desafíos de trabajar en el oeste de Bahía, me sorprendió lo poco que mencionaban el acto físico de realizar la labor agrícola. Esperaba que los diferentes suelos, el clima o las plagas les plantearan problemas, pero con mucha más frecuencia me hablaron sobre los desafíos burocráticos de lidiar con las regulaciones gubernamentales, negociar contratos con los trabajadores y administrar inversiones e inversores. Un agricultor, frustrado con mi continuo interrogatorio, me resolvió este rompecabezas. Me dijo que él también había pensado que “aprender nombres de plantas, nombres de insectos, aprender a cultivar [en Brasil]” sería difícil. Pero, “eso es fácil”, explicó. “Los exploradores de cultivos, los trabajadores agrícolas, lo saben todo aquí. Te dicen todo lo que necesitas saber”.

Los agricultores en el oeste de Bahía contratan a agrónomos para explorar los campos; trabajadores agrícolas para plantar semillas, aplicar fertilizantes y pesticidas y cosechar; gerentes para dirigir equipos de trabajadores; y departamentos legales y contables para mantener sus negocios funcionando sin problemas. Algunos incluso tienen equipos de relaciones públicas. Dado que el trabajo agrícola queda en manos de los trabajadores, los propietarios pasan poco tiempo en los tractores. Se les encuentra con mayor frecuencia en camionetas mientras conducen entre campos distantes y masivos de algodón, soya y maíz para controlar a los trabajadores y el progreso en el campo. O pasan sus días en sus oficinas en la ciudad de Luís Eduardo Magalhães. Un agricultor con el que conversé dijo que el 60 por ciento de su tiempo lo pasaba en la oficina haciendo trámites y manejando los contratos de los trabajadores, ordenando insumos y cumpliendo con las regulaciones ambientales y de los trabajadores. Otros dijeron que era mucho más que eso.

A pesar de todo esto, David todavía tiene la piel bronceada y las manos endurecidas de un agricultor. Cuando me reunía con él, usualmente vestía jeans manchados de suciedad y una gorra con el logotipo de una compañía de semillas o productos químicos. Después de que nos bajamos de su avión ese día, recorrimos su finca en un tractor, deteniéndonos para verificar la profundidad en que se encontraban las semillas, ayudando a cargar maceteros y comunicándonos con trabajadores lejanos a través de una radio de banda.

El sol se pone detrás de los contenedores de granos al borde de Luís Eduardo Magalhães.

Los terrenos de David están bordeados por una cerca de alambre de púas y defendidos por guardias armados. Como ocurre con la mayoría de las haciendas en esta región, algunos trabajadores viven en las fincas, pero no con sus familias. Un sembradío típico en el oeste de Bahía se encuentra tras una larga calle de lastre y a menudo está bordeado de eucaliptos y cercado de los campos circundantes, con edificios que apoyan la producción agrícola. Hay edificios para albergar y alimentar a los trabajadores, cobertizos para maquinaria y trabajos mecánicos, un campo de fútbol para el tiempo libre y, a veces, huertas para verduras frescas y pistas para aviones pequeños. Las tierras de cultivo son un activo especulativo y productivo, no están profundamente conectadas con la familia. Los agricultores son en su mayoría de Bahía o del sur de Brasil, se encuentran en los campos simplemente para ganarse la vida. No hay niños jugando en estos campos. Incluso la esposa y la hija de David dividen su tiempo entre una casa en Luís Eduardo Magalhães y una en Illinois.

El entorno se siente muy diferente a mi propia experiencia de crecer en una granja estadounidense. Guardo con cariño los recuerdos de trabajar en los campos junto a mis hermanos en el ardiente sol de Dakota del Sur, quitando las malas hierbas a mano o con machete. Recolectábamos huevos, perseguíamos al malvado y veloz gallo negro y fuimos perseguidos por pavos salvajes despiadados. Nuestra granja era un sitio de producción económica y agrícola, pero también de familia, donde aprendimos a trabajar duro, respetar la tierra y ser buenos vecinos.

Se han producido cambios en esta visión idílica de la agricultura estadounidense. Con el paso de los años, mi familia vendió sus cerdos y perdió sus gallinas ante los coyotes. Los nuevos herbicidas de espectro amplio, junto a variedades de soya y maíz resistentes a esos herbicidas, hicieron que la agricultura fuera menos intensiva en mano de obra; los agricultores se quejan de estos avances “hicieron que los buenos agricultores se volvieran perezosos y que lo agricultores perezosos se volvieran buenos”. Eso precipitó a una disminución en la necesidad de trabajo familiar dedicado y un cambio hacia el trabajo barato contratado. Los vecinos se debatieron la ética en torno a si alquilaban sus tierras a los administradores de granjas de gran escala al otro lado de la frontera del estado, o si se las daban a agricultores jóvenes de poca carrera que seguramente no podrían pagar tanto.

La visión idílica de la granja familiar de EE. UU. abarca varias generaciones que viven juntas en la tierra, como en esta granja de Iowa.

Las cosas en Estados Unidos parecen estar cambiando en la misma dirección que en Brasil: hacia operaciones agrícolas más grandes y corporativas, a veces donde los propietarios tienen poca conexión con la tierra. La gran mayoría de fincas en EE. UU. todavía son familiares. (En 2011, era el 96 por ciento de las granjas de EE. UU., según el Departamento de Agricultura de EE. UU.) Pero los propietarios únicos solo representan aproximadamente la mitad de las ventas de productos agrícolas. Las corporaciones familiares y la producción de las tierras en manos corporativas están en aumento.

En la granja familiar de David, en Illinois, sus primos, hermanos, padre, tío y abuelo todavía están íntimamente conectados a su tierra, y pasan horas al día manejando sus tractores. “Sé que mi abuelo ve [la granja] como un legado”, me dijo. Pero este es un modelo que se está desvaneciendo en la agricultura estadounidense.

El cambio a una agricultura más corporativa reduce el riesgo financiero. Pero también crea una desconexión entre los agricultores y la tierra, sus trabajadores y el trabajo en sí. Pensar en la agricultura como un negocio puede ser lucrativo, pero puede hacer que sea menos probable que los agricultores sean administradores de la tierra y su vida silvestre, y más probable que los trabajadores sean explotados.

A menudo le preguntaba a los agricultores en Brasil sobre sus planes para el futuro. La mayoría, incluido David, me decían que planeaban regresar a Estados Unidos a cultivar. Con ellos, planeaban traer nuevas prácticas agrícolas y comerciales. No volverían a sus tractores, sino a sus oficinas para contratar choferes de tractores y multiplicar sus esfuerzos.

“Los agricultores brasileños están mejor preparados que los estadounidenses para la forma en que creo que la agricultura se dirigirá en los próximos 10 o 20 años”, dice David. Él se considera un pionero de ese futuro.

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